VIAJANDO EN MOTO
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Algo muy lindo para pensar!!..

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Mensaje  ricaio Sáb Dic 13, 2014 8:59 pm

Marco R. Magnani

"Como elige vivir o morir un viejo motociclista"

En la mañana, cuando te despertaste, te diste cuenta de todo.
Que habías estado toda tu vida trabajando.
Que tus hijos, ya no eran una voz recurrente, o una contrariedad que se revela en forma adolescente, solo silencio.
El silencio que se entre guarda entre los viejos y los jóvenes.
Que te importaba nada, si tu automóvil tenía algún rayón o si llegara a encender después de tantos meses sin uso.
Que como en un sueño la mujer que amabas, se había ido de este mundo.
En la mañana, cuando despertaste, nunca habías visto con tanto brillo un amanecer.
Y te diste cuenta.
Que perdiste demasiado tiempo a un costado de todo.
Que tus sueños, solo fueron los deseos de otros que se quedaron con tu vida.
Que soportaste demasiado a muchos idiotas, que solo hablaban de mujeres que nunca tuvieron, y de velocidades que nunca conocieron.
Y tantos otros que podían salvar al mundo con rigidez y autoridad.
Te diste cuenta, que la frase: Había una vez un hombre, no era el comienzo de un cuento, sino un llamado a tus sentidos, escrito en las páginas de tu vida.
De a poco, te fuiste reincorporando.
Entendiste que en tu habitación, solo debías quedarte el instante necesario para descansar, porque lo que quedaba de tiempo tirado en esa cama, era ventaja para la muerte.
Te viste al espejo, y por primera vez en mucho tiempo sonreíste. Viste en tu cabeza más canas y más pliegues a los lados de tus ojos. Pero notaste que tu corazón, también tiene cuatro válvulas, y que podría encenderse como un motor aletargado.
Tus ojos, comenzaron a ver mejor la luz, y en la oscuridad, tus pupilas dilatadas, te mostraban lo que no veías antes, entre las tinieblas que se juntan a los lados del camino.
Te diste cuenta, en cada despertar, que estabas solo.
Que tu casa era demasiado grande, y también tu soledad.
Y entre las dos, te habían transformado en un hombre rendido.
O en lo que quedaba de él.
A la mañana siguiente, sacaste los tontos cuadros de comunión o fiestas de personas que ni siquiquiera conocías, o quizá sí, pero que ya no frecuentaban tus espacios.
Y colgaste el que nunca te habían permitido tener, el cuadro del dragón montado sobre dos calaveras, que siempre te había gustado.
Sacaste los tontos adornos de tus repisas, y llenaste los espacios de retratos con tus fotos de viejos encuentros de motociclistas.
Y entre cajones que ya no abrías, encontraste tus guantes de cuero que dejaban las yemas libres de tus dedos, como libre alguna vez te habías sentido.
Pero una mañana, despertaste incandescente.
Llegaste a la conclusión, de que las promesas podían romperse o prescribir, si a quienes se las habías hecho, ya no vivían o visitaban tu casa.
Y mandaste a todos al diablo.
Eras un hombre que lo había dado todo a todos, y ahora, cada uno tiene su vida, y vos… como esperando todo el tiempo.
Como pidiendo limosnas para que lleguen a verte.
Y comenzaste a sonreír, y luego a reír intensamente a carcajadas.
Tu cabeza explotaba, y como un niño, que jamás olvida un juguete que atesora, rompiste los dos candados que aseguraban la puerta que te alejaba de ella.
Rompiste las promesas que habías solemnemente declarado llevar a cabo.
Encendiste la luz, y ahí estaba.
La que nunca se había ido, como el resto de tu ingrata familia.
Un hombre solo muere cuando se da por vencido.
O cuando la soledad le penetra en la piel.
Le diste aire a sus cubiertas, y combustible a sus dos carburadores.
Y al encenderla, con sus rugidos, despertaste al estúpido de tu vecino, que solo reservaba de su vida las tardes para cortar el pasto, quejarse de todo, y llevar en su auto lustrado, a su mujer infiel a la iglesia.
Y sentiste alegría, como el perro que se suelta de la cuerda y logra escapar.
Tomaste todo lo que necesitabas, y te calzaste las viejas, gastadas y cómodas botas.
Cerraste el pórtico de tu casa, y quien llegara, te tendría que salir a buscar.
Lo que dudo, es que puedieran encontrarte!!
El casco, las antiparras, y tu lleno de campañas y asolado chaleco de cuero.
Los guantes, ajustaban tus manos, y la maquina que se encendía de fiebre entre tus piernas esperando rodar.
Un escalofrío que te corría por la espalda, y la mirada de tus estúpidos vecinos, como si la locura fuera a destruirte al día siguiente, y ellos, ignorando que morirían soportando lo que vos, te sacabas de encima.
La soledad y la desidia.
Decidiste tomar la mejor de las rutas, y pasar los 120 kilómetros por hora.
El viento tirano de noviembre, tocándote los hombros, como el maestro que reencuentra a su discípulo.
Y los pliegues a los lados de tus ojos, que marcan cada batalla y cada viaje, como un testigo inexorable del paso del tiempo en un hombre.
Tus manos arraigadas al manubrio, como si te aferraras a la vida que siempre te tira para adelante.
El paisaje, que nunca habías visto, y la comunión con tu moto, donde la máquina no procede si vos no das la orden.
El rocío del anochecer que te toca la frente como en una ceremonia de bautismo, donde tu viaje nocturno es cuidado por los ángeles y demonios del camino.
Y ahora quien te puede decir que hacer?
O quien puede ordenarte que comer o que tomar antes de dormir en una cómoda cama?
Ahora sos un hombre libre, que elije como vivir y cuando morir.
Nunca es tarde si tus sentidos y tu equilibrio te responden, para escapar en dos ruedas.
La dignidad de un hombre, no se mancilla.
Entonces, cuando veas a un hombre, encendido y feliz en la ruta, rodando hacia donde se oculta el sol o donde nace, podrías verlo a él.
Quizá ese hombre seas vos.
De lo que estoy seguro, es que en sus venas, su sangre corre como su motocicleta en las rutas del norte.
Y la calavera de su pañuelo y la del chaleco en la espalda, atraen a la muerte enamorada, por eso estamos cerca de ella,
pero también por eso casi nunca, mientras viajamos solos o en manada en las rutas, ella se atreve a tocarnos.
Ella espera, y solo espera… a que estemos solos y desprevenidos en una cama.

Marco R. Magnani...

ricaio
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